Fernando Yacopi: herencia de un luthier y artesano del sonido
 

Las guitarras que llevan su apellido son reconocidas en todo el mundo; una tradición que continúa.

Da unos golpes secos sobre la tapa de la guitarra y pone la mano sobre la abertura, como atajando el sonido que se difunde entre maderas de jacarandá de la India, clavijeros de Finlandia y el calor de Febrero.

"Esta suena bien." Fernando Yacopi sabe lo que dice. Es la tercera generación de de luthiers con ese apellido. En San Ginés 759, San Fernando, continúa la historia que empezó hace casi cien años, antes de que su abuelo italiano, Gamaliel Yacopi, abriera el primer taller en Bilbao. España, allá por 1920. Su padre don José , cruzó el Atlántico y en la Argentina fabricó guitarras que fueron reconocidas en todo el mundo, que llegaron a las manos de Andrés Segovia, Hugo del Carril, Atahualpa Yupanqui y Eric Clapton, por ejemplo.

"Probá esta", le dice Fernando a Martín Subau, un cliente que quería que su guitarra nueva, por la que había pagado 1000 dólares a otro luthier, sonara un poco más de lo que lo hacia.

Cuando Yacopi sacó el instrumento calibrado y trabajado por sus propias manos, se detuvo un segundo para observarlo, golpeo la tapa, dejó vibrar el sonido, y le entrego la guitarra al músico, que ya no necesitaba más demostraciones. Aun así, tomo la guitarra por el mango y se sentó para estar cómodo mientras la tocaba: "Es divina, invita a tocar". Y la tocó.

Lito Quevedo llegó desde Córdoba en la época de la crisis de 2001. don José se lo llevó a San Fernando cuando se quedó sin trabajo. Desde entonces se da maña con el oficio y hace algunas reparaciones. "Se extraña al maestro José", dice Lito. Ahora entra con un mate amargo mientras que el músico arremete contra las cuerdas de 2000 pesos, que "suenan más" y valen menos que su guitarra dolarizada.

Fernando, de 41 años también lo extraña y muestra su emoción sobre el escritorio que era de su padre, cobijado por fotos, recuerdos que cuelgan de las paredes y guitarras; por todas partes guitarras. "Ahí están sus herramientas", dice mientras señala una mesa de tipo carpintero que está contra la ventana. Ocho lijas y 12 formones de distintos tamaños para darle alma a la madera; martillos; compases; transportadores; reglas, y un viejo e ingenioso artefacto "de 1800" para medir el grosor de las tablas.

Aprendizaje

José Yacopi murió el 11 de agosto último, antes de cumplir 90 años, pero no quería llevarse con él la tradición. "En los últimos cinco años me fue enseñando esos nueve o diez secretos que hacen al luthier un artista", dice Fernando, que secó sus lágrimas con la mano. "Yo ya no tengo que inventar nada - continúa-, él lo pensó todo." La tapa armónica diseñada por don José está dibujada en un marquito junto a los otros diseños de grandes maestros. Las cuerdas producen el sonido; pero la tapa armónica lo recibe, vibra y devuelve las vibraciones por la abertura: música.

"El me enseño a amar la madera, sus vetas, a sentirle ese gustito. Hay que seleccionar cada tabla y almacenarla por lo menos durante cinco años", explica Fernando. El luthier sabe que los buenos materiales dan prestigio al instrumento, pero el artesano multiplica su potencial para alcanzar el sonido que inspira al músico.

Sus guitarras valen entre 300 y 5000 pesos, aunque la casa de remates inglesa Sotheby's "remato una a 10.000 dólares". Hace 30 años que exportan, pero en los años 90 afrontaron una crisis: "Se hacía difícil competir porque nuestro trabajo es artesanal. Pero el que sabe siempre valora una Yacopi", dice el heredero de un arte inventado por lo hititas, 1400 años antes de nuestra era. Hoy, a través de su página de Internet, recibe pedidos desde Croacia hasta los Emiratos Árabes. "Las enviamos por correo y todas tienen garantía ilimitada", aclara. Lito acerca otro mate mientras el músico sigue tocando. "Me siento en un templo. Tocar en un lugar así es un lujo", dice Martín, que ya se decidió: "Creo que voy a vender la otra y comprar ésta, Fernando".

El último mate. Lito lo apura y hace fuerte el ruido con la bombilla. El músico consigue desprenderse de la guitarra y la devuelve. Fernando la toma y la mira una vez más antes de guardarla en un cuarto con temperatura y humedad controladas. Con una mano, la sostiene por el mango y, serio, pierde la vista sobre la anatomía curvada de la madera. EL artesano del sonido la apoya suavemente y cierra la puerta.

Robustiano Pinedo

 

 

Guitarras Clásicas de Concierto, José Yacopi - Luthier, Guitarras Criollas, Guitarras Españolas

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